ALMENDRALEJO
VIERNES SANTO
PROCESIÓN DE LA SOLEDAD
VIERNES SANTO
HERMANDAD
Y COFRADÍA DE NAZARENOS DEL STMO. CRISTO DEL AMPARO Y MARÍA STMA.
DE LA PIEDAD EN SU MISTERIO DOLOROSO
SALIDA
a las 19:00 desde la IGLESIA
DEL CORAZÓN DE MARÍA
PROCESIÓN DE LA SOLEDAD
SALIDA
a las 20::00 desde la PARROQUIA DE
NTRA. SRA. DE LA PURIFICACIÓN
Evangelio
según San Juan 18,1-40.19,1-42.
Jesús fue con sus discípulos
al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró
con ellos.
Judas, el traidor, también
conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de
un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos
sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que
le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".
Le respondieron: "A
Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo
entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo:
"Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente:
"¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les
dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".
Así debía cumplirse la
palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me
confiaste".
Entonces Simón Pedro, que
llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole
la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro:
"Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el
Padre?".
El destacamento de soldados,
con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante
Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había
aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el
pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro,
acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido
del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía
afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo
Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a
Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El
le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias
se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro
también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He
hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo,
donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí?
Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he
dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno
de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así
respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si
he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me
pegas?".
Entonces Anás lo envió atado
ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto
al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de
sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del
Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja,
insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en
seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás
llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el
pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban
ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?".
Ellos respondieron:
"Si no fuera un
malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo:
"Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los
judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a
nadie".
Así debía cumplirse lo que
había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el
pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los
judíos?".
Jesús le respondió:
"¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso
yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis
manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi
realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a
mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero
mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo:
"¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy
rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó:
"¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban
los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para
condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la
costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren
que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar,
diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar
a Jesús.
Los soldados tejieron una
corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto
rojo,
y acercándose, le decían:
"¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les
dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él
ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la
corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al
hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y
los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él
ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron:
"Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende
ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato
se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el
pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le
respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No
quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para
crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú
no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto.
Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
Desde ese momento, Pilato
trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas,
no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó
afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el
Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación
de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí
tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que
muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a
crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos
otro rey que el César".
Entonces Pilato se lo entregó
para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la
cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del
Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con
él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una
inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la
hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta
inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la
ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los
judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este
ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo
escrito, escrito está".
Después que los soldados
crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes,
una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque
estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No
la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió
la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica.
Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús,
estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María
Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de
ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a
tu hijo".
Luego dijo al discípulo:
"Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo
estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús
dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno
de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la
acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre,
dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su
espíritu.
Era el día de la Preparación
de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de
los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz
durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y
quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver
que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados
le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua:
su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también
ustedes crean.
Esto sucedió para que se
cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la
Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de
Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los
judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se
la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el
mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra
y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de
Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la
costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo
crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía
nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el
día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.