domingo, 15 de julio de 2018

ANIVERSARIO 4º - 2018




TESTIMONIO EN EL 4º ANIVERSARIO DE LA ADORACIÓN PERPETUA DE ALMENDRALEJO



Buenas tardes hermanos:
Hoy, 24 de junio día de S. Juan, celebramos también el 4º aniversario de la Adoración Eucarística Perpetua en nuestra comunidad cristiana de Almendralejo, y las Hermanas Clarisas me pidieron ayer que hablara a vosotros, mis hermanos en la fe, sobre qué ha significado esta Presencia viva para mi vida. Pido al Espíritu Santo que descienda sobre mí y pueda ser yo testigo de Ella.
Soy hija de la Iglesia, elegida por la gracia de Dios, así me siento desde que tengo conciencia. Siempre Cristo resucitado ha atraído mi mirada hacia Él, Él se encargó de alcanzarme y yo desde hace tiempo en mi estado de whatsapp llevo las palabras de S. Pablo:
“Prosigo mi carrera para alcanzarlo, como Él, el Mesías (Jesús) me ha alcanzado ya” (Carta a los Filipenses 3,2)
Cuando leía estas letras a los Filipenses, nunca pensé que en esta carrera de la vida me iba a encontrar algunos obstáculos que aparentemente la frenarían, como el de la debilidad de las propias fuerzas. En octubre del 2017 me detectaron unas células cancerígenas y el 24 de octubre, día de San Antonio Mª Claret, me operaron por primera vez, después vendría una segunda operación y luego los tratamientos que muchos de vosotros ya conocéis por amigos o familiares; pero hoy estoy muy bien, aquí y ahora, en este presente que es el único tiempo que tenemos para dar gracias a Dios.
Ser adoradora desde hace cuatro años, junto con mi marido Antonio, ha significado el regalo más grande que Dios nos había dado ya, para que pudiéramos afrontar la debilidad, Él nos estaba preparando el camino en esta carrera para alcanzarlo que dice San Pablo; pues las 4 de la tarde de los martes y las 5 de la madrugada del sábado, había preparado nuestras almas para no vivir distraídos ante los acontecimientos que nos sucederían en estos 9 meses. Todos los que habéis estado cerquita de nosotros habéis podido presenciar ese tiempo de mi enfermedad, en el que los cinco, mis hijos y nosotros,  hemos experimentado que se nos ha dado el ciento por uno y en el que hemos podido compartirlo con la gran compañía de dos familias entregadas hasta el extremo y de amigos incansables ante la adversidad. Ha sido un tiempo privilegiado y una ocasión de abrazar lo verdadero de la vida.
Nos hemos sentido sostenidos por la oración comunitaria, ¡Qué maravilla recordar que había un lugar, un rinconcito de Almendralejo donde delante del mismísimo Dios una compañía de hermanos oraban por nosotros! ¡Qué fuerza física tan importante! ¿Cómo no íbamos a sentir y a ver que Cristo ha resucitado para quedarse entre nosotros? Hermanos habéis sido testigos para nosotros de los signos de la Resurrección.
Vuestro gesto, vuestra compañía se han unido a otros gestos, a otras compañías de nuestra madre la Iglesia; por ejemplo, al gesto de la imposición de manos, que recibí en dos ocasiones en casa, se hicieron presente las palabras de San Pablo a Timoteo en los primeros años del Cristianismo:
“Por eso te recuerdo que avives el carisma de Dios, que recibiste por la imposición de manos, pues el Espíritu que Dios nos dio no es de cobardía, sino de fuerza, amor y templanza “(Carta de Timoteo 1,6)
Un día al escucharlas en misa, me quedé profundamente agradecida a Dios, pues precisamente a partir de la imposición de manos en nuestra casa, mis hijos, María, Antonio y José Fernando, y nosotros dos, experimentamos esa FUERZA, ese AMOR y especialmente esa TEMPLANZA.
La PAZ, la TEMPLANZA, ha sido el carisma de este tiempo, de estos 9 meses, que ha hecho que la carrera por alcanzarlo no se haya frenado, sino que haya cogido impulso ante la vida. Incluso el tiempo de espera en los hospitales ha sido ocasión de nuevo para el encuentro con el hermano, nada se ha perdido. Aquellas largas horas, que podrían haber sido tediosas y sin sentido, se convirtieron una vez más en un momento especial para hablar, animar, acoger al OTRO que Dios nos ponía delante. El mundo necesita de Dios, si el hombre no tiene a Dios es un rostro sin esperanza y eso se llama TRISTEZA; Yo me he sentido reconfortada con la PAZ y esta me ha llevado a una serena ALEGRÍA que hoy comparto con vosotros, porque cada instante de la vida es una ocasión para estar con Dios y me siento profundamente agradecida por ello. Gracias por teneros y por llevarme entre vuestras manos en estos momentos de la vida que a mí me cuesta más caminar.
Pidámosle juntos al Espíritu Santo que despierte en cada uno de nosotros la espera de Él, el deseo de Él, de Jesucristo, como lo deseó San Juan cuando el Ángel se le apareció a Zacarías y le dijo: “se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno…”
Desciende Santo Espíritu